UN
MOMENTO CON DIOS
Lavados
y limpiados para servir al Maestro
“Les doy este mandamiento nuevo: Que se amen los unos a los otros. Así como yo los amo a ustedes, así deben amarse ustedes los unos a los otros. 35 Si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos”. (Juan 13. 34)
Esta
no era la primera fiesta de pascua de los discípulos, pero sería la última con
su Maestro. Sin embargo, ellos no lo sabían cuando se reunieron en el aposento
alto para la cena. La pascua les recordaba la sangre untada sobre las puertas
de las casas de sus antepasados. La presencia de esa sangre había salvado a los
hebreos del ángel de la muerte (Éxodo 12. 23), y convencido
a Faraón de dejarlos salir de Egipto y de la esclavitud. Los discípulos no
entendían que su Maestro era el Cordero del sacrificio cuya sangre sería untada
pronto por todos sus corazones.
Su
sangre los haría libres para siempre, y también a nosotros, de la esclavitud al
pecado y la muerte.
Mientras
se servía la cena, Jesús se puso de pie. Todos los ojos le siguieron mientras
se quitaba su manto y se ceñía una toalla a la cintura. Los hombres estaban
intrigados por lo que Él estaba haciendo, pero no se atrevieron a preguntar.
Después de llenar una palangana con agua, el Señor se arrodilló y comenzó a
lavar los pies del primer discípulo. Después se movió al siguiente, y luego a
cada uno de los demás.
¿Había
perdido Jesús el juicio? Los discípulos intercambiaron miradas nerviosas y se
retraían cuando las manos de su Maestro tocaban sus pies. ¿Cómo podía Él
rebajarse y hacer una acción tan indigna y humilde? Ellos nunca habían
imaginado hacer una cosa así. “Por favor, no lo hagas”, quisieron decirle.
“Deja que un sirviente haga esto”.
Pedro,
siempre el vocero, trató de detenerlo. Jesús le aseguró que algún día lo
entendería, pero que, por ahora, debía dejar que hiciera el lavamiento. En ese
caso, también las manos y la cabeza, dijo Pedro. Pero Jesús le dijo que
solamente sus pies necesitan ser lavados, puesto que ya se había bañado para la
celebración.
Jesús
sabía, por supuesto, que uno de estos amigos no estaba limpio. Durante tres
años, Judas había visto a Jesús personalmente, sirviendo, enseñando y amando.
Pero, a pesar del privilegio de ser testigo de todo esto, Judas tenía sus
propios planes y prioridades. Así pues, con los pies recién lavados por las
manos deJesús, el traidor guiaría pronto a los soldados y a los funcionarios
religiosos adonde podían arrestar al Señor.
Jesús
lavó los pies de los discípulos para darnos un ejemplo de amor y servicio.
Cuando dijo que los discípulos no eran mayores que su Maestro, Él también nos
tenía a nosotros en mente. Sin que hubiese ninguna razón para ser humilde,
Jesús nos dio un ejemplo de humildad. Él nos manda a hacer lo mismo por amor a Él
y a los demás.
Ante
una habitación llena de pies que necesitan ser lavados, ¿qué tan dispuestos
estamos a ceñir nuestras toallas?
Para
nosotros, servir puede significar llevar a una cita médica a una persona
anciana, visitar regularmente a los enfermos, ayudar a una madre soltera con el
cuidado de sus hijos o reparar cosas en su casa. En esta Pascua, que podamos
llegar hasta otros con manos dispuestas y corazones limpiados por la sangre del
Maestro.
Dios les bendiga abundantemente.
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