UN
MOMENTO CON DIOS
El
amor y el perdón
“El que perdona la ofensa cultiva el amor; el que insiste en la ofensa divide a los amigos.” (Proverbios 17. 9)
Existe
una conexión muy firme y estrecha entre el amor y el perdón. Lamentablemente
muchas personas no pueden apreciar esta conexión y mantienen odios y rencores
guardados en su corazón contra quienes alguna vez los agredieron o los
injuriaron.
Sólo
la raza humana es capaz de guardar rencor. Pareciera que nos satisface
revivir las situaciones que en el pasado nos hicieron daño para alimentar en el
presente la ira que estas nos producen y de esa manera experimentar las fuertes
emociones que dicha ira genera en nuestro ser.
Además
pareciera que así como hay gente que siempre tiene la necesidad de ser el centro
de la atención de otros, también existen personas que necesitan sentir odio y
rencor para darle sentido a su vida.
Donde
hay luz no puede haber oscuridad y donde hay amor no hay lugar para el odio.
El
rencor y las razones que lo producen son esa parte de nuestro ser que nos
negamos a someter bajo el control del Espíritu Santo de DIOS. Nos aferramos
desesperadamente a los resentimientos y por ello nos negamos a ofrecer y a
recibir perdón.
El
Señor Jesús nos dijo que debemos perdonar a nuestros deudores, porque si les
perdonamos a otros sus ofensas, también nos perdonará a nosotros nuestro Padre
celestial.
“Y perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores”. (Mateo 7. 12)
Pero
si no perdonamos a otros sus ofensas, tampoco nuestro Padre nos perdonará a
nosotros las nuestras. Y vaya que tenemos unas cuantas ofensas que hemos
cometido contra nuestro Padre que necesitan ser perdonadas y que no lo serán
hasta tanto nosotros hayamos hecho la parte que nos corresponde.
Este
proverbio menciona que deberíamos perdonar de buena voluntad a los que han
pecado contra nosotros. Olvidar las ofensas es necesario en cualquier relación.
Es tentador, sobre todo en una discusión, sacar a la luz todos los errores que
la otra persona cometió. Amar, sin embargo, mantiene la boca cerrada, aunque
esto sea difícil.
Nunca
tratemos de sacar a relucir algo en una discusión que no esté relacionado con
el tema a discutir.
Conforme
crezcamos para llegar a ser iguales a Cristo, adquiriremos la capacidad de Dios
para olvidar los errores confesados del pasado.
Revisemos,
pues, lo que hay guardado en lo más profundo del corazón y limpiemos la casa de
todos esos agravios que nos producen rencor.
Con
corazones limpios y libres de inquinas y resentimientos permitamos que DIOS
siga transformando nuestros corazones para hacerlos cada día que pasa más
parecidos al corazón de nuestro Señor Jesucristo, que siempre ha estado y
estará lleno de amor y compasión.
Dios
les bendiga abundantemente.
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