UN MOMENTO CON DIOS
Divulguemos el mensaje de la
fe
“Porque partiendo de vosotros ha sido divulgada la palabra del Señor, no solo en Macedonia y Acaya, sino que también en todo lugar vuestra fe en Dios se ha extendido, de modo que nosotros no tenemos necesidad de hablar nada”. (1 Tesalonicenses 1. 8)
En el mundo de hoy, observamos
como con fervor, grandes eventos toman cuenta de las emociones de las personas.
Cómo una figura deportiva que goza de fama y prestigio, en un equipo
profesional, de por ejemplo el fútbol, crea emociones desbordadas en un juego,
donde miles aclaman su nombre y animan al equipo a la victoria. ¿Pero en cuán
medida y cuantas veces vemos ese fervor general, en cuánto a una intensidad de
adoración, conocimiento y fervor por El Señor Jesucristo?
En la Iglesia primitiva de
Tesalónica, su postura fue totalmente contraria a la del mundo actual y su
esencia fue el regocijo y la alegría constantes, que reinaban como pilares de
un fe sólida y fuerte en el Señor, expresada en la misma o mayor pasión que hoy
se expresa por alguien o algo que se presenta como conveniente o medio de fama.
Que mayor fervor el del
apóstol Pablo al saber que el puerto marítimo de Tesálonica, contaba con el
oído del mundo abierto a la Palabra de Dios y todo esto aunado al fervor de los
creyentes de Tesalónica, configuraba un maravilloso cuadro para que los
viajeros de paso, escucharan el evangelio y lo llevaran a cada una de sus
comunidades.
Las sentidas palabras del
apóstol Pablo nos recuerdan el profundo impacto que tuvieron los tesalonicenses
al “difundir” la palabra del Señor mucho más allá de los muros de su iglesia (1
Tesalonicenses 1. 8). Este verbo, en el griego original, evoca el eco de un
toque de trompeta o el retumbar de un trueno: imágenes intensas que retratan a
los tesalonicenses como heraldos llenos de vida del amor y la verdad de Cristo.
Encarnaban la esencia de los mensajeros divinos, pues eran sus vidas una
proclamación real del Evangelio.
Como seguidores de Cristo, es
nuestro deber sagrado hacernos eco de esta llamada celestial que los
Tesaloniceses perseguían incesantemente en su obrar diario. No limitemos
nuestras expresiones de fe a susurros o espacios reducidos. Más bien,
difundamos la gloria de nuestro Salvador con el fervor de un estadio lleno de
alabanzas jubilosas. Que la esencia de nuestra devoción sea tan visible y
vibrante como nuestro entusiasmo por las pasiones que el mundo desea hoy poner
frente a nuestros ojos. Que seamos audaces al declarar no sólo nuestras
lealtades, motivaciones u objetivos de la vida en términos de lo que deseamos
alcanzar o poseer, sino que, por encima de todo ello, veamos lo que es más
importante, la gracia redentora de nuestro Señor, y Padre, bondadoso, amoroso y
misericordioso.
Dios les bendiga abundantemente.
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