“El hombre prudente oculta su conocimiento, pero el corazón de los necios proclama su necedad.” Proverbios 12. 23.
Se
cuenta que un joven caminaba con su padre cuando se detuvieron en una curva.
Después de un pequeño silencio, el padre preguntó al hijo:
—Además del canto de los pájaros, ¿escuchas algo más?
Durante algunos segundos el muchacho se concentró en los ruidos del ambiente y
luego respondió:
—Estoy escuchando el ruido de una carreta.
—Correcto —dijo el padre—. Es una carreta vacía.
—¿Cómo sabes que está vacía, si no la estás viendo? —preguntó el joven.
—Es muy fácil saberlo. Cuando una carreta está vacía hace mucho ruido. Y cuanto
más vacía está, tanto mayor es el ruido que hace.
Cuenta
el jovencito de la historia que nunca olvidó la lección de su padre. Cada vez
que veía que alguien hablaba demasiado o hacía alarde de sus conocimientos, le
parecía escuchar otra vez la voz de su padre que le decía: «Cuanto más vacía la
carreta, tanto mayor es el ruido que hace».
Quizás
no hay mejor ejemplo de «la carreta vacía» que el de los líderes religiosos del
tiempo de Cristo. A ellos sí les gustaba hacer ruido. Cuando ayudaban a un
necesitado, lo publicaban a los cuatro vientos. Les gustaban las oraciones
largas y en público, para que la gente los viera. Y cuando ayunaban ponían
caras largas y desfiguradas, para que la gente admirara la piedad de ellos (Mateo
6. 2, 5, 16). ¿A quiénes impresionaban con sus alardes? A nadie. La gente los
conocía bien. Y el Señor Jesús los llamó «hipócritas» (versículos 2, 5, 17).
Nosotros
tampoco nos dejemos impresionar por esas «carretas vacías». Las vamos a
encontrar en todas partes. Quieren exhibir su «sabiduría», pero lo único que
logran es hacer gala de su estupidez. Y por supuesto, no incurramos nosotros
mismos en ese error.
Tarde
o temprano, la gente se dará cuenta de nuestro verdadero valor. Por lo tanto,
no nos afanemos en exhibirlo. Que nuestro mayor anhelo sea ser semejante en
carácter al Señor Jesús. Y nuestra mayor gloria, vivir para alabarlo.
Señor,
permíteme vivir para alabarte, y que tus leyes me sostenga. (Salmo 119. 175).
Dios les bendiga abundantemente.
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