LO
QUE DEBEMOS CONOCER
Fe,
experiencia y testimonio personal.
Un
hombre y una mujer de Dios deben poseer una fe propia, que le permita resistir
en el día malo. Como aquel «árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da
fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace prosperará.» (Salmo 1.3).
El
hombre de Dios permanece fundado y firme en la fe (Colosenses 1.23). Su
característica fundamental no es el abundante follaje ni la regia estampa, sino
la firmeza de su fe, por lo que puede permanecer firme aún en las pruebas más
duras.
El
hombre y la mujer de Dios no tienen una fe parásita, sino una fe personal,
propia, producto de una visión personal. Su actuar no depende de la fe de
otros, como tampoco depende de la incredulidad de otros. Aunque bien sabemos
que en la casa de Dios se recibe y se da ayuda, con todo, la firmeza de un
creyente se basa en una fe personal, producto de haber visto al Señor.
Tienen
una historia personal. Hay una carrera que están corriendo. Pueden reconocer
claramente los hitos de esa carrera. Pueden dar testimonio de las misericordias
de Dios en cada una de esas etapas. Pueden decir, como Pablo: «Dios, que me
apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia.» (Gálatas 1.15).
Y
como David: «Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi
madre… No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y
entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en
tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin
faltar una de ellas.» (Salmo 139.13, 15 - 16). De ahí en más, pueden
reconocer la mano de Dios librándole, guardándole y guiándole como un padre
libra, guarda y guía a su propio hijo.
¡Qué
consuelo es, en el día de la prueba, en el día en que el cielo se nubla y las
esperanzas flaquean, hacer memoria de las misericordias de Dios y enumerarlas
una por una! Podrán las circunstancias dar en contra, y tratar de desmentir la
realidad de Dios en nuestra vida, pero desde lo profundo de nuestro ser, y aún
desde los registros de nuestra memoria, surge un testimonio inconfundible a
favor de Dios, de su amor tantas veces probado, de su paciencia infinita, de
sus incontables favores y misericordias disfrutadas día tras día. Sólo quien ha
visto la mano de Dios siguiéndole paso a paso en el camino de la vida podrá
resistir firme en el día malo, y, habiendo acabado todo, estar firme.
De
esta fe personal, y de esta experiencia personal, surge necesariamente un
testimonio personal.
Dios
les bendiga abundantemente.
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