LO
QUE DEBEMOS CONOCER
Revelación
fundamental.
«La
letra mata, más el espíritu vivifica». (2
Corintios 3.6)
Es
la capacitación de Dios, y sólo ella la que hace posible la competencia de un
hombre de Dios, como es el caso del apóstol Pablo. Son sólo Sus dones y
recursos los que hacen la idoneidad de un hombre de Dios. Y la piedra angular
de la competencia de Pablo es la revelación de Jesucristo: «Agradó a Dios, que
me apartó desde el vientre de mi madre… revelar a su Hijo en mí, para que yo le
predicase entre los gentiles.» (Gálatas 1.15-16).
Es
de esta revelación fundamental, y de la revelación de las verdades de Dios para
su tiempo, de donde procede su competencia y utilidad para Dios. Lo que
importa, en definitiva, es si se ha visto algo de parte de Dios o no. Es un
asunto de visión, no de formación.
Pablo
tuvo en el camino a Damasco un encuentro crucial, que alteró todas las
prioridades de su vida; fue un encuentro que provocó una conversión total y
desencadenó un servicio fecundo. «Me he aparecido a ti –le dice el Señor– para
ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquello en que
me apareceré a ti, librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora
te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la
luz.»
(Hechos
26.16-18).
De
ahí en adelante, Pablo se sostuvo como viendo al Invisible; en medio de la
mayor oposición, pero fiel a la verdad. Él ahora duerme, pero sus obras siguen
y nosotros aprendemos de él a permanecer firmes en este día, en medio de la
oposición que nos rodea.
Pablo
pudo decir, al concluir su vida: «He peleado la buena batalla, he acabado la
carrera, he guardado la fe. »
(2
Timoteo 4.7).
Pero,
¿qué diremos nosotros cuando nos hallemos en ese trance? Este es el día en que
nosotros hemos de atender a estas cosas. ¿Cómo hemos de permanecer firmes, cómo
hemos de ser fieles a Dios, si los tiempos en que vivimos son, al parecer, aún
más difíciles que los de Pablo.
La
fe es hoy más hostilizada por los incrédulos; el amor se enfría por todos lados
(no en manos de la persecución, sino en las de la autocomplacencia); cada cual
busca lo suyo propio y no lo que es de Cristo Jesús.
¿De
dónde sacar los recursos espirituales para hacer frente a las acuciantes
necesidades de este día? Aún más, ¿Cuál ha de ser el carácter del hombre de
Dios en tiempos peligrosos como el nuestro?
Un
hombre y una mujer de Dios no son seres fortuitos, surgidos al azar, e
improvisados sobre la marcha.
Un
hombre y una mujer de Dios son la conjunción de múltiples factores, todos los
cuales, fundidos y amalgamados con mano maestra por el Divino Alfarero, pueden
llegar a conformar un instrumento que sea útil y enteramente preparado para
toda buena obra.
Dios
les bendiga abundantemente.
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