LO
QUE DEBEMOS CONOCER
De
Dios y para Dios.
El
hombre y la mujer de Dios, saben que le pertenecen a Dios y que existen para la
gloria de Dios. Hay muchas cosas que hacen, no porque le gusten a sí mismos,
sino porque a Dios le agradan. Así también hay muchas cosas que nunca harán,
porque saben que a Dios no le agradan, y quieren agradar a Dios.
Esto
desemboca en una necesaria consagración, en una comunión íntima, en un
presentarse a Dios como sacrificio vivo cada día. No sólo vienen al Señor para
ungirle los pies como María, sino también, al igual que ella en otro momento,
para quedarse sentado a sus pies, en la más maravillosa contemplación de su
gloriosa Persona, admirándole, y oyendo de su boca las palabras de verdad.
Saben
lo que significa haber sido comprados por gran precio, no ser ya más suyo, sino
de Aquél que los compró.
Ya
no quieren ser más libres, (¡libertad aparente y engañosa!), sino que quiere
ser «de otro, del que resucitó de los muertos» (Romanos 7.4), para una
verdadera libertad.
Al
igual que Juan, podemos decir: «Lo que era desde el principio, lo que hemos
oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y
palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida … lo que hemos visto y oído,
eso os anunciamos …» (1 Juan 1.1,3).
Lo
mismo que Pedro podemos también decir: «Porque no os hemos dado a conocer el
poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas,
sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él
recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria
una voz que decía: Este es mi hijo amado, en el cual tengo complacencia. Y
nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte
santo.» (2 Pedro 1.16 - 18).
Alguien
puede decir, tal vez, que el testimonio de Juan y de Pedro procedía de experiencias
concretas, pero ¿acaso no es más firme aún el testimonio del Espíritu Santo en
nuestro espíritu? ¿No es el Espíritu el que da testimonio a nuestro espíritu de
que somos hijos de Dios?
¡Es
más seguro el testimonio del Espíritu, sin duda! Pablo mismo lo atestigua
diciendo: «Aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así.»
(2 Corintios 5.16).
Por
eso, ¡qué firmes e incuestionables son las palabras que proceden de la
experiencia espiritual de un hombre y una mujer de Dios! ¡Qué firme es el
testimonio de quienes han visto y oído al Señor! Esto es lo que hace estable la
fe, real la experiencia y firme su testimonio de su vida para Dios.
Dios
les bendiga abundantemente.
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