LO
QUE DEBEMOS CONOCER
Leal
a la verdad.
Los
profetas antiguos tuvieron que pagar un alto precio por sostener la verdad de
Dios en tiempos de apostasía. Isaías clama: «El derecho se retiró, y
la justicia se puso lejos; porque la verdad tropezó en la plaza, y la equidad
no pudo venir» (59.14). Jeremías, por su parte, dice: «Esta es la nación
que no escuchó la voz de Jehová su Dios, ni admitió corrección; pereció la
verdad, y de la boca de ellos fue cortada» (7.28), agregando más adelante:
«Hicieron que su lengua lanzara mentira como un arco, y no se fortalecieron
para la verdad en la tierra…» (9.3).
La
sangre justa de muchos de ellos fue el precio de la verdad (Mateo 23.35).
En
este tiempo, también la verdad tropieza en cada plaza, y duerme debilitada en
el corazón de los que debieran sostenerla. Ella no es popular, antes bien, es
resistida. No obstante, y pese a eso, nosotros hemos de ser fieles a la verdad
revelada y a la comisión que de Dios hemos recibido.
Si
otros hombres de Dios tienen otra encomienda, ellos son responsables de lo que
han recibido, pero nosotros tendremos que dar cuenta de lo que nosotros hemos
recibido. Si tenemos esta revelación, no la despreciemos, sino seamos fieles a
la verdad.
«Compra
la verdad y no la vendas«, dice el Espíritu Santo en Proverbios 23.23.
Nosotros vivimos una época de consensos, de negociaciones. Una época en que
están los dos extremos del mundo dándose la mano, como nunca antes imaginamos
que podría llegar a ocurrir.
Los
principios caen rendidos ante los intereses comerciales.
Hay
variadas formas de relativismo en todas las esferas de la vida contemporánea.
Los principios y valores, ahora provocan, a lo más, una sonrisa en muchos
labios.
La
verdad se compra, pero no se vende. Hay que pagar un alto precio por ella.
No pensemos que la verdad es gratis, como muchas cosas que se ofrecen hoy a
precio de ganga. Hoy casi todo se puede comprar a precio de liquidación.
La
verdad, en cambio, posee un alto precio, y no se rebaja por nada.
Los
que hacen lo malo, rehúyen la verdad; los que practican la verdad, la aman y se
gozan en su luz. El mismo Señor dijo:
«
¿Pensáis que he venido para dar paz en la tierra? Os digo, No, sino disensión»
(Lucas 12.51); (Mateo 10.34). No nos sorprendamos de que la verdad
produzca ante nosotros estos efectos.
Con
todo, la verdad es un imperativo para un hombre y una mujer de Dios.
Si
la consideramos sólo como una opción entre otras varias, estamos perdidos como
atalayas. (Ezequiel 3.16-21).
Por
eso muchos de los hombres que fueron usados por Dios en otras épocas parecieron
muchas veces rudos.
Hicieron
directamente responsables a sus propias generaciones por los males de su época.
Cuando predicaban la Palabra de Dios no buscaban agradar a los hombres, sino derribar
con ella todos los ídolos que se alzaban contra el testimonio de Dios. Hoy
tenemos este imperativo tocando nuestro oído y nuestro corazón.
Dios
les bendiga abundantemente.
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