LO
QUE DEBEMOS CONOCER
La
batalla de la fe.
«… Me
ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la
fe que ha sido una vez dada a los santos. Porque algunos hombres han entrado
encubiertamente, convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios … rechazan
la autoridad … Estos son murmuradores, querellosos, que andan según sus propios
deseos, cuya boca habla cosas infladas, adulando a las personas para sacar
provecho» (Judas 3-4, 8, 16).
Aquí
hay un llamado a dar la batalla en defensa de la fe. Han entrado hombres
perversos que convierten en libertinaje la gracia de Dios.
Esto
es el cumplimiento de lo que Pablo veía venir y de lo cual advierte a los
gálatas: «No uséis la libertad como ocasión para la carne» (5.13). Estos son
los que cínicamente tergiversaban la enseñanza de Pablo, diciendo: «Hagamos
males para que vengan bienes». Es decir: «Pequemos para que, abundando el
pecado, la gracia sobreabunde.» (Romanos 3.8 y 5.20).
Hoy
en día, esta doctrina está en el corazón de muchos que en el pasado conocieron
la gracia de Dios.
Ellos
recibieron la verdad y se apartaron del pecado, pero después volvieron a caer
en las mismas cosas de las cuales habían huido, porque amaron el pecado.
En
estos se cumplen aquellas terribles sentencias de 2 Pedro 2.20-22,
dolorosas, incluso, de reproducir: “Ciertamente, si habiéndose ellos escapado
de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador
Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene
a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el
camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del
santo mandamiento que les fue dado. Pero les ha acontecido lo del verdadero
proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el
cieno”.
No
hay cosa más dolorosa que ver a los que un día recibieron la gracia y
profesaron la fe del Hijo de Dios, volver a sus antiguos pecados, como si nunca
la verdad les hubiera resplandecido.
Estas
cosas nos deben tener siempre alertas, advertidos de lo peligrosos que son
estos tiempos, para conducirnos en temor todo el tiempo de nuestra
peregrinación. Que el Señor nos ayude. Amén.
Dios
les bendiga abundantemente.
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