martes, 23 de julio de 2024

Un momento... Dios nos puede librar del temor

 


UN MOMENTO CON DIOS

Dios nos puede librar del temor

 

 “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento.” (Salmo 23.4)

 

¿Qué es lo que nos causa miedo?: ¿El subir a un avión? ¿Enfrentar una multitud? ¿Hablar en público? ¿Escuchar los resultados de exámenes médicos? ¿Tomar un nuevo trabajo? ¿La soledad?

La fuente de nuestro temor puede parecerle pequeña a otros, pero a nosotros nos hace saltar el corazón.

Aunque muchas veces, tendemos a disfrazar nuestros miedos. Los ocultamos. Ponemos las manos sudorosas en los bolsillos, la náusea y la boca seca las mantenemos en secreto.

JESÚS no lo hizo así. No vemos una máscara de fortaleza. Escuchamos una petición de fortaleza. «Padre, si es Tu voluntad, quita esta copa de sufrimiento». (Lucas 22. 42)

El primero en oír este temor es el Padre. Ninguna otra cosa era Su prioridad. Se dirigió primero a Su Padre.

Mil años antes, David exhorta a los temerosos que hagan lo mismo. «No temeré mal alguno». ¿Cómo podía David hacer tal afirmación? Porque sabía dónde poner los ojos. «Tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento».

¡Qué tendencia la nuestra de acudir a cualquiera! Primero a algún consejero, al libro de autoayuda o al vecino amigo. Jesús no. El primero en oír Su temor fue Su Padre en los cielos. ¿Cómo soportó Jesús el terror de la crucifixión? Primero fue al Padre con Sus temores.

Nosotros podemos hacer lo mismo con nuestros temores. No eludamos los huertos de Getsemaní de la vida. Entremos en ellos. Pero no entremos solos. Hagamos lo que Jesús hizo: abramos nuestro corazón, y seamos específicos como Jesús lo fue. «Pasa esta copa», oró.

Digámosle a Dios de nuestros temores, ÉL no piensa que nuestros temores son necios o vanos. ÉL ya pasó por eso. ÉL sabe cómo nos sentimos y lo que necesitamos. Por eso condicionemos la oración como Jesús lo hizo: «Si quieres…» ¿Quería Dios? No le quitó la cruz, pero le quitó el temor.

No midamos la altura de nuestra montaña; hablemos a Aquel que la puede mover. En vez de llevar el mundo a nuestras espaldas, hablémosle al que sostiene el universo en Sus manos.

Tener esperanza es mirar hacia adelante. Mientras corremos la carrera de la vida terrenal, se nos exhorta a mirar a Jesús. 

Dios les bendiga abundantemente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario