CADA DÍA CON DIOS
LA PASCUA ES EL TIEMPO DE LA IGLESIA
La Pascua es
el tiempo de
Sí,
Somos
herederos de
Es preciso
saber morir, no solo la muerte corporal y terrena, sino también tantas pequeñas
muertes cotidianas al hombre viejo para poder resucitar. Muriendo, sí se
resucita a la vida eterna.
¡Verdaderamente
ha resucitado el Señor! ¡Aleluya!
La verdad de
la resurrección de Jesucristo no es una fábula, una parábola, una moraleja o un
símbolo. Es una verdad histórica, indestructible e invencible.
¡Verdaderamente
ha resucitado el Señor. Aleluya!
La
resurrección de Jesucristo es la clave de nuestra fe. Es también cierta y
verdadera su resurrección como lo fue su vida, su pasión, su cruz y su muerte.
Y al igual siempre que su cruz siempre nos llama a la emoción, a la admiración
y al agradecimiento, lo mismo su resurrección, tan auténtica una como la otra.
¡Verdaderamente, sí, ha resucitado el Señor. Aleluya!
No hay
separación entre el Cristo Crucificado y el Cristo Resucitado. Para ello es
preciso hallar el equilibrio entre la cruz y la gloria.
El gozo es la
característica de los textos bíblicos que hablan de la resurrección después de
la cruz. El gozo es el grito, el clamor de los testigos del sepulcro vacío y
del Señor Resucitado. Se trata de una alegría exultante y a la vez serena, de
una alegría contagiosa y expansiva, de una alegría confiada y esperanza.
¡Claro que
hay en la vida y en nuestra vida motivos para el pesar y la tristeza! Los hay,
sí, pero, ante todo y sobre todo, ha de haberlos para la esperanza y el gozo.
Cristo ha resucitado. Tiene sentido la vida. Tiene sentido nuestra fe.
El progreso
de la ciencia y de la técnica, los altos niveles de bienestar que disfrutamos
en estos tiempos, nos prometen continuamente el paraíso en la tierra y nos
dejamos engañar pensando que estamos a un tris de hallar aquí, en esta tierra,
la felicidad y la plenitud. Vivimos en el error del primer paraíso terrenal
cuando la serpiente engañó al primer hombre y a primera mujer en la manzana del
árbol de la vida, del árbol del bien y del mal. No hay más árbol de la vida que
el árbol de cruz. El, en Jesucristo crucificado, es el Bien, el único bien vivo
y verdadero. Y la tentación y los tentadores son el mal. No nos confundamos y
no nos dejemos confundir.
Para ser
testigos antes hay que ser discípulos. El discípulo es el que está a la escucha
y en la compañía del Maestro. Es aquel que experimenta y conoce su sabiduría,
su grandeza y su amor. Solo así el discípulo hallará al Cristo total, no a un
Cristo a mi gusto o medida y solo así el discípulo se convertirá en testigo.
Nadie da lo
que no tiene. De ahí la importancia de ser antes discípulos.
Solo
transformados nosotros mismos podremos ser levadura nueva de transformación
para nuestra humanidad. Cristo Resucitado nos llama a ser sus testigos.
El Señor les
dio una comisión. Los envió a convertir a todo el mundo en discípulos suyos. La
orden de Jesús era ganar a todos los hombres para El..."
Y les
prometió una presencia. Debe haber sido asombroso para once hombres de Galilea
que los enviaran a conquistar el mundo. Incluso mientras lo escuchaban sus
corazones deben de haber dudado. Pero apenas se dio la orden se pronunció la
promesa. Se los envió, como a nosotros, a cumplir con la tarea más grande del
mundo, pero los acompañaba la presencia más grande del mundo.
El Señor
dijo: "Yo estoy con vosotros..."; y Él lo hace si cumplimos su
misión, a través de su Espíritu Santo.
Dios
les bendiga abundantemente.
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