TIEMPO
DE REFLEXIÓN
El jefe le dijo: «Muy bien, eres un empleado bueno y fiel; ya que fuiste fiel en lo poco, te pondré a cargo de mucho más. Entra y alégrate conmigo». Mateo 25.21.
Se
dice con mucha razón que la vida es lo que cada uno hace de ella. Esta realidad
está muy bien ilustrada por cierta pintura que se encontró en un templo
antiguo. En ella se observa a un rey que convierte su corona en una cadena. A
su lado está la figura de un esclavo que convierte sus cadenas en una corona.
Dicho
de otra manera, no son las circunstancias las que determinan la calidad de la
vida, sino la manera como nosotros decidamos manejar esas circunstancias. Sin
embargo, algunos jóvenes se pasan la vida lamentando lo que no tienen. Razonan
que serían felices si pudieran pertenecer a una familia con mayores recursos
económicos. O si tuvieran por lo menos algunos de los atributos de sus amigos o
amigas: un mejor cuerpo, mayor inteligencia, más habilidad para los deportes,
una voz más agradable, el talento de la música o el don de la simpatía.
Si
ahora mismo estamos cometiendo ese error, conviene recordar la parábola de los
talentos (Mateo 25.14-30).
El
jefe de un negocio entregó a tres trabajadores una determinada cantidad de
dinero para que lo invirtieran. Dos de ellos así lo hicieron y produjeron
ganancias, pero uno escondió el dinero por temor a perderlo. Cuando el jefe
regresó, premió a los que habían invertido sus recursos dándoles aún más. Pero
al que escondió el dinero, lo llamó «empleado malo y perezoso» y, además, le
quitó lo que tenía.
¿Qué
estamos haciendo con los talentos que Dios nos ha dado? Recordemos que lo
importante no es cuánto tenemos, sino qué estamos haciendo con lo que tenemos.
Propongámonos
hacer lo mejor con los dones que Dios nos ha dado.
Dios
les bendiga abundantemente.
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