jueves, 5 de noviembre de 2020

Tiempo... Mateo 14. 22 - 27

 


TIEMPO DE REFLEXIÓN

 

“En seguida Jesús hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud. Despedida la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo. Y ya la barca estaba en medio del mar, azotado por las olas; porque el viento era contrario. Mas a la cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos andando sobre el mar. Y los discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y dieron voces de miedo. Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo! Yo soy, no temáis!” Mateo 14. 22 - 27.

 

La época en la cual nos ha tocado vivir está llena de motivos que pueden producir temor. Atentados terroristas, amenazas de guerras nucleares, distintos fenómenos naturales como huracanes, sismos, sunamis, pandemias, enfermedades incurables porque no se logran controlar, la situación moral del mundo, la economía, etc. La lista podría ser tan larga como queramos.

Pero en medio de esta marea de motivos para temer, se levanta la poderosa voz de Cristo Jesús diciendo: No temáis.

La vida auténticamente cristiana se caracteriza por la ausencia del temor.

Pero antes de proseguir, debemos entender bien qué es el temor. Según el diccionario, temor es la pasión del ánimo que hace huir o rehusar las cosas que se considera dañosas, arriesgadas o peligrosas.

Sobre la base de esta definición, existen básicamente dos tipos de temores. Uno que es benéfico, el cual nos ayuda a preservar la vida. Es este temor el que nos hace mirar a uno y otro lado de la calle antes de cruzarla. Es este temor el que nos hace huir de una serpiente venenosa. Como hemos dicho, es un temor benéfico.

Pero existe otro temor que no es bueno. Es el temor a cosas que solo están en nuestra imaginación. Es el temor que nos impide salir de la casa porque a lo mejor nos puede atropellar un auto. Es el temor que nos impide a hablar a alguno de Cristo porque a lo mejor se va a enojar. Es el temor que echa a perder la felicidad de una esposa porque piensa que puede perder a su esposo.

Es el temor a lo que puede pasar en el futuro. Es este tipo de temor el que necesitamos vencer. Este es un temor negativo, un temor que paraliza, un temor que echa a perder el gozo de en la vida cristiana, un temor que obstaculiza lo que DIOS quiere para nosotros. Es un temor que no nos permite ver las cosas como son en realidad. Este tipo de temor lo padecieron los discípulos de Jesús cuando se encontraban en una barca en medio del mar agitado por la tormenta.

Los discípulos conocían muy bien a Jesús. Habían andado con él, habían comido con él, habían dormido junto a él, habían aprendido de él. Sin embargo, cuando se dejaron dominar por el temor y le vieron acercarse a la barca andando sobre el mar, el miedo les hizo distorsionar la realidad. Presas del pánico, se turbaron y llegaron a una conclusión totalmente errada, pensando que Jesús era un fantasma. Así es el temor, no nos permite ver las cosas como realmente son. Pero más aún, el temor nos hace ver las cosas peor, o más grave, o más complicadas de lo que realmente son.

El temor es como un lente de aumento que hace aparecer a los problemas más grandes de lo que son en la realidad.

No es fácil librarnos de este temor negativo. Es resultado de un proceso. Un proceso que comienza con saber que DIOS a veces nos pone en situaciones de temor para ayudarnos a confiar más en él. Eso fue lo que pasó con los discípulos en la barca en medio del mar.

¿Acaso Jesús no sabía qué se iba a levantar una tormenta en el mar? Jesús sabe absolutamente todo. Sin embargo Jesús hizo que los discípulos entren a la barca y se hagan a la mar.

En los momentos de temor, nunca estamos solos. Jesús está en nosotros, con nosotros y por nosotros. Sin Jesús en la vida no es posible librarse del temor.

La vida auténticamente cristiana se caracteriza por la ausencia del temor.

Dios les bendiga abundantemente.

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