jueves, 10 de abril de 2025

Un momento... Proclamemos el mensaje de vida

 


UN MOMENTO CON DIOS

Proclamemos el mensaje de vida

 

“De pronto, se unió a ese ángel una inmensa multitud—los ejércitos celestiales—que alababan a Dios y decían: «Gloria a Dios en el cielo más alto

    y paz en la tierra para aquellos en quienes Dios se complace». Cuando los ángeles regresaron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: «¡Vayamos a Belén! Veamos esto que ha sucedido y que el Señor nos anunció». (Lucas 2. 13 – 15)

 

En Lucas 2. 8 - 20 encontramos la primera proclamación de que el Mesías había venido a la tierra. Curiosamente, las personas que fueron bendecidas al escucharlo no fueron reyes, sacerdotes o profetas, sino pastores. Dios envió este anuncio de nacimiento tan maravilloso a la gente común, hombres que no tenían riqueza, poder o posición social para ser tomados en cuenta. De hecho, según los estándares judíos, los pastores eran considerados parias. Fueron despreciados por el trabajo que hacían con las ovejas, lo que las hacía ceremonialmente impuras. Estas personas olvidadas pueden haberse preguntado si sus vidas realmente contaban para algo. Afortunadamente, la respuesta rotonda de Dios fue “¡Sí!”

El Señor no eligió a grandes oradores ni monarcas para proclamar las Buenas Nuevas de Jesucristo esa noche. Él eligió a los pastores. ¿Por qué? Porque eran personas como nosotros. Y cuando escucharon las alegres nuevas, no se preocuparon por lo que la gente pensaría de ellas o cómo se verían. Simplemente sabían que le daría esperanza a Su pueblo, al escuchar que el Mesías finalmente había llegado. Entonces, donde quisiera que estuvieran con sus rebaños, contarían la historia de cómo el Salvador había nacido en Belén.

No nos perdamos este mensaje: No importa quiénes somos. Lo que Dios más quiere de nosotros es que contamos Sus Buenas Nuevas y alabemos Su nombre. Esos pastores no restaron valor al evangelio debido a su humilde condición; más bien, se convirtió en parte del hermoso mensaje de que el Salvador había venido a alcanzarnos a todos, sin importar cuán humildes o solitarios fuéramos.

Proclamemos hoy esa buena nueva, y declaremos que, con alegría, que es El Señor Quien nos da nuestra esperanza, nuestra identidad y nuestro valor.

Dios les bendiga abundantemente.

 

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