UN MOMENTO CON DIOS
La generosidad
“El ojo misericordioso será bendito, Porque dio de su pan al indigente”. (Proverbios 22. 9)
Sabemos que “Dios ama al dador
alegre” (2 Corintios 9. 7) y que bendice a quienes le obedecen. Pero a veces el
Padre lo hace de formas que nunca imaginaríamos. Por ejemplo, la mujer
sunamita. Un día observó que el profeta Elías pasaba a menudo por su pueblo,
así que empezó a prepararle comidas. Más tarde, ella y su marido añadieron una
habitación en el piso de arriba donde él podía descansar cuando estaba cansado.
Elías quedó tan impresionado por su generosidad que, cuando vio que el deseo de
su corazón era tener un hijo, pidió a Dios que le diera un hijo (2 Reyes 4. 8 -
17)
Quizá estemos pensando: “Qué
bonito. Ella ayudó al profeta y él la bendijo”. Sin embargo, ése no es el final
de la historia. Veremos, cuando su hijo creció, murió repentinamente.
Inmediatamente, la sunamita acudió a Elías y, antes de que se diera cuenta, el
Señor resucitó a su hijo por medio del profeta (2 Reyes 4. 18 - 37). Con sus
propios ojos, vio a su hijo resucitado. Dio lo poco que tenía y recibió a
cambio un milagro, experimentando el poder del Dios vivo como pocos lo harán
jamás.
Puede que seamos un dador y no
veamos muchos frutos de nuestra generosidad. Pero comprendamos que, cuando
participamos en un estilo de vida de entrega desinteresada como el de la mujer
sunamita, estamos invitando a Dios a obrar en nuestra vida de forma
extraordinaria. Así que seamos sensibles a las necesidades de los demás y obedezcamos
cuando el Señor nos impulse a dar. Luego tengamos paciencia. Porque, sin duda,
el Padre nos sorprenderá con la forma en que recompensa nuestra fiel
obediencia.
Dios les bendiga
abundantemente.
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