UN
MOMENTO CON DIOS
¿Nos
puede abandonar Dios?
“¿Hasta cuándo, Señor, me seguirás olvidando? ¿Hasta cuándo esconderás de mí tu rostro?” (Salmo 13. 1)
Cuatro
veces se repite en este corto Salmo el clamor “¿Hasta cuándo...?” Sin duda
refleja una gran angustia de corazón y una imperiosa necesidad de la ayuda
divina. ¡Qué triste expresión de David en los momentos de amargura que estaba
pasando mientras huía de Saúl que lo buscaba para matarlo! Debe haberse sentido
totalmente abandonado por DIOS.
¿Cómo
podía ser posible que le hubiese fallado su roca, su castillo, su escudo (Salmo
18. 2); su refugio (Salmo 31. 4); su única esperanza (Salmo 39. 7); su amparo y
fortaleza (Salmo 46. 1)?
¡Tantas
veces había declarado en sus Salmos su absoluta confianza en el DIOS
Todopoderoso! ¿Por qué ahora se sentía hundido en la desesperación, sin fuerzas
para luchar, atrapado en una profunda depresión?
Todos,
de una manera u otra, en algún momento de nuestras vidas hemos estado en una
situación similar. Quizás ni siquiera hemos podido citar nuestros versículos
favoritos o cantar esos cantos que tanto fortalecen el espíritu. Tal vez, como
David, nos hemos limitado a quejarnos de la aparente indiferencia divina y nos
concentramos en el lamento “¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?”
Un
rostro escondido, sin embargo, no es indicación de un corazón que ha olvidado.
Recordemos los momentos más dolorosos de Jesús en la cruz del Calvario, cuando
clamó: “DIOS mío, DIOS mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mateo 27. 46).
¿Acaso
no sabía Jesús que su Padre no lo abandonaría jamás? Pero en el momento de la
angustia suprema se sintió tan solo que llegó a pensarlo y así lo expresó.
Nuestro
Dios es el único que puede brindarnos la seguridad absoluta de que nunca nos
abandonará. Cualesquiera fuesen las circunstancias que nos rodeen en un momento
determinado, siempre podremos aferrarnos a esta preciosa promesa de nuestro
Padre Celestial: "No te desampararé, ni te dejaré." (Hebreos
13.5). Y continúa el autor de esta carta en el siguiente versículo: “de
manera que podemos decir confiadamente: el Señor es mi ayudador; no temeré lo
que me pueda hacer el hombre.”
Cualquier
ser humano puede abandonarnos en medio de una prueba, pero nunca nuestro Padre
celestial. Esta seguridad en la presencia y la protección de Dios la expresó el
mismo David en el Salmo 27. 10, cuando escribió: “Aunque mi padre y mi
madre me dejaran, con todo, el Señor me recogerá.”
Muchas
veces Dios permite que pasemos por períodos de soledad. Desiertos en nuestras
vidas en los que no tenemos a nadie a quien acudir en un momento de necesidad.
Esas duras experiencias tienen un propósito: traernos al punto donde podemos
descubrir por nosotros mismos que Dios es real y es fiel, y siempre está cerca.
Cuando
entendemos esta verdad, pasamos, como hizo David, de la desesperación y la
queja al clamor y la oración. Y mientras esperamos la respuesta amorosa de
nuestro Padre Celestial, comenzamos a sentir Su paz inefable que nos indica que
Su ayuda se aproxima. Entonces pasamos a la expresión de un corazón agradecido.
Así termina este Salmo: “mi corazón se alegra en tu salvación. Canto
salmos al Señor. ¡El Señor ha sido bueno conmigo!”
Meditemos
en esta enseñanza, creámosla y grabémosla en nuestro corazón. Si llegase en nuestra
vida un momento en el que sintamos que Dios nos ha abandonado, rechacemos
inmediatamente todo pensamiento negativo y repitamos una y otra vez: “¡Mi DIOS
no me abandonará nunca. Él está conmigo y me dará su favor!
Dios les bendiga abundantemente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario