UN
MOMENTO CON DIOS
¿Actuamos
como necios o como sabios?
“Necio es el que confía en sí mismo; el que
actúa con sabiduría se pone a salvo.” (Proverbios 28. 26)
“Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a DIOS, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.” (Santiago 1. 5)
Hay
personas que poseen muchos talentos y habilidades para cumplir con éxito las
tareas que les han sido encomendadas. Su inteligencia se ubica usualmente por
encima del promedio y todo lo que se proponen lo logran con mucha facilidad.
Hasta aquí todo va bien.
El
único problema es que estas personas son tan habilidosas para llevar a cabo la
mayoría de las tareas que ejecutan que terminan desarrollando una actitud de
orgullo e independencia.
Cuando
llega la adversidad, ellos se enfrentan a ella con sus propias habilidades y
capacidades muy seguros de que van a lograr vencer con sus propios medios
cualquier cosa que se interponga en su camino.
Ya
no dependen de la ayuda de los demás y mucho menos de la protección de Dios. La
arrogancia ha tomado control de su manera de pensar y de su conducta y por ello
terminan negando al Autor de la vida y la salvación. Su gloria es ser
autosuficientes.
Lamentablemente
para ellos, para vencer las dificultades se requiere algo más que
autosuficiencia y habilidad. De allí que esta actitud sea muy peligrosa pues
cuando el autosuficiente fracasa, dice que la culpa es de la mala suerte negando
así la existencia de Dios y su participación en el asunto.
Las
adversidades no tienen como propósito probar nuestra capacidad para vencerlas
por medio de nuestras propias fuerzas. Las adversidades tienen como propósito
probar nuestra fe en Dios.
Si
siempre que nos topamos con un obstáculo únicamente dependemos de nosotros
mismos y de nuestras fuerzas para avanzar, nunca vamos a tener la dicha de ver
a Dios obrando en nuestras vidas pues no Le estamos permitiendo que ÉL lleve a
cabo la parte que le corresponde a ÉL y sólo a ÉL.
Reconozcamos
que todas nuestras capacidades nos han sido dadas por Dios. Aprendamos pues a
depender cada día menos de nuestras propias fuerzas y capacidades y confiemos
más en Dios y Su poder. Sólo así podremos ejercitar correctamente nuestra fe.
Tomemos,
pues, toda prueba y tribulación que venga sobre nosotros como una excelente
oportunidad para desarrollar y reforzar nuestra fe. Ése es el propósito de la
prueba y si no aprovechamos las dificultades para afianzar nuestra fe estaremos
perdiendo el tiempo y demostrando nuestra falta de sabiduría.
Pongamos
nuestra fe en la única persona que es digna de toda confianza, nuestro Señor y
Salvador Jesucristo, el Hijo de DIOS. ¡Sólo a DIOS sea la gloria!
Dios
les bendiga abundantemente.
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