TIEMPO
DE REFLEXIÓN
“Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Santiago 2.17)
La
fe se aviva y fortalece cuando es acompañada de acciones que glorifiquen a
Dios. Palabras que alienten, que estimulen, la ayuda, dentro de nuestras posibilidades
a aquel, que en dificultades se ha cruzado en nuestro camino. La comprensión de
aquellos que nos rodean; el ponernos en su lugar.
Y es
que la fe y las buenas obras van juntas, de la mano, abonando el camino que nos
lleva hacia Dios.
Santiago,
nos dice claramente que la fe sin las obras está muerta. No significa que las
obras producirán fe, sino que confirmarán que nuestra fe es verdadera. Es fácil
decir que creemos en Dios, pero nuestras obras pueden demostrar la veracidad de
nuestras palabras. Abraham fue un ejemplo de esto: no solamente anduvo por fe,
sino que la demostró al estar dispuesto a entregar a su hijo para obedecer a
Dios (Santiago 2.21-24; ver Génesis 22.1-18). Y a Isaac se le perdonó la vida.
¿Cómo
podemos demostrar hoy de manera práctica que amamos a Dios y que confiamos en
Él?
Nuestras
obras no nos salvan pero si dicen quiénes somos y en quien hemos creído.
Dejemos
que nuestros hechos hablen más que nuestras palabras pidamos al Señor que nos
conceda la gracia necesaria para demostrar permanentemente una fe que obra.
Que en
los momentos en que olvidemos caminar de manera consecuente, por fe y no por
vista, vuelva a nosotros Su gracia para reflejar con nuestras acciones y
palabras la verdadera fe; aquella que obra.
Dios les bendiga abundantemente.
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