UN MOMENTO CON DIOS
No hay excusa para el desánimo
“Ve a la hormiga, oh perezoso, Mira sus caminos, y sé sabio; La cual, no teniendo capitán, Ni gobernador, ni señor, Prepara en el verano su comida, Y recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento”. (Proverbios 6. 6 – 8)
Cómo seres humanos tenemos
períodos en los que nuestra motivación puede tambalear. El peso de la rutina
sobre nuestros hombros, y nuestras energías agotadas, pueden sembrar en nuestra
mente la sensación de no poder avanzar más allá. Este sentimiento de
agotamiento debe ser tomado con mucha precaución porque la deformación del
mismo, es el mal de la pereza. Pasamos de la desmotivación venida por falta de
energías, al punto de vista de que ya “no queremos” o “no nos apetece”
realizar, tal o cual, actividad. Esta forma de pensar se incrusta en nuestra
vida y la próxima fase de ella, es quedarnos paralizados, en una falsa
sensación de comodidad, guardando que otras personas o instituciones resuelvan
nuestra situación.
Por ello debemos estar alerta,
cuando el mal de la pereza o la falta de voluntad, toca a nuestra fuerza,
confundiéndose con una ilusión de desmotivación. Es una realidad que Dios
comprende nuestras limitaciones e incapacidades; sin embargo, nunca dejar de
agradarse por las cosas que, con los dones que Él nos ha dado, podíamos haber
hecho por nosotros mismos y por los demás. Y es que lo menos que espera El
Señor de nosotros, es que demos lo mejor de nosotros mismos y que vivamos con
disciplina, propósito y la motivación de glorificarle.
Quizás tengamos excusas para
estar desmotivados o desanimados hoy. Sin embargo, a la hora de la verdad,
podemos elegir cómo responder a nuestras circunstancias. Podemos permitir que
nuestros problemas nos derroten, o podemos utilizarlos como una oportunidad
para hacer crecer nuestra fe en Dios. David escribió en el Salmo 119. 71:
“Bueno me es haber sido humillado, Para que aprendas tus estatutos”. No dejemos
que el enemigo reclame la victoria sobre nosotros desentendiéndonos de la vida.
En lugar de eso, abracemos la asombrosa esperanza de Jesucristo y empecemos a
vernos como Él nos ve: preciosos, redimidos, talentosos y capaces. Puede que El
enemigo ponga en nuestra mente, sentimientos de inutilidad, de que poseemos
poco valor, nos diga que no servimos, pero es un mentiroso y no tiene derecho a
mantenernos en cautiverio. Desde el punto de vista de Dios, somos un diamante
en bruto, listo para ser pulido y reflejar para gloria del Señor, el mayor de
los brillos. Por tanto, pongamos manos a la obra y reclamemos la vida abundante
que Dios tiene para nosotros (Juan 10. 10)
Dios les bendiga
abundantemente.
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