UN MOMENTO CON DIOS
Como juzgamos a los demás
“¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?” (Mateo 7. 3)
Jesús como gran maestro
utilizaba en sus parábolas, la hipérbole, esa exageración para dar énfasis, y
hace llegar al pueblo casi tribal de aquella época, la profundidad de sus
ideas. Aquí el punto es casi anecdótico, pero al mismo tiempo, muy real para
ilustrar la situación. La figura de un objeto tan pequeño situado en el ojo del
interlocutor al que observamos, aclara su argumento en el versículo de hoy.
Para que una persona vea una paja en el ojo ajeno, debe estar extremadamente
cerca y buscando algo. ¿Por qué tendría que estar tan cerca y convencido de
querer encontrar algún defecto? Lo que Jesús está condenando es el espíritu
crítico, la actitud que sólo puede ver defectos en los demás, o que, al ver los
errores ajenos, juzga inmediatamente a la persona con dureza y hasta
inconscientemente, muchas veces, con mala intención.
Es una verdad general que la
persona que habitualmente juzga a los demás con rigor aún no ha visto cuán
grandes son sus propias faltas y defectos. Aunque hay personas que sobresalen
en esto, la mayoría de nosotros todavía tendemos a ver nuestra propia
injusticia a través de una lente estrecha mientras que vemos la injusticia
ajena a través de una lupa.
Pero El Señor, en su
insondable sabiduría, nos ofrece la solución definitiva, para esa actitud
reticente de apuntar a nuestros hermanos: mirar a los demás con la misericordia
que queremos que Dios nos muestre. Dos cosas que no deberíamos juzgar son los
motivos de los demás (1 Corintios 4. 5), y las cuestiones de costumbre y
opinión personal (Romanos 14. 1 - 8). Cuando haya error, actuemos con
mansedumbre (Gálatas 6. 1) y juzguemos con misericordia (Colosenses 3. 13). Y
empecemos por mirarnos a nosotros mismos. Cuando nos demos cuenta de lo mucho
que hay para cambiar en nuestro propio interior, estaremos mucho más capacitados
para ayudar a los demás, y honraremos de esa forma, en mayor y más medida a
nuestro Padre de los Cielos que, con su misericordia infinita, cuando nos
alejamos de sus caminos, dulcemente nos dirige nuevamente hacia Él, abriendo a
nosotros, sus brazos de amor incondicional.
Dios les bendiga
abundantemente.
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