UN MOMENTO CON DIOS
Afrontar la vida con buena
disposición
“Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, será salva. Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sentí en el cuerpo que estaba sano de aquel azote”. (Marcos 5. 28 – 29)
Jesús acababa de desembarcar y
una multitud le rodeaba. Cuando aún estaba en la playa, un alto miembro de la
sinagoga, Jairo, se le acercó, rogándole al Maestro que curara a su hija
moribunda. Con toda aquella gente alrededor, los dos se dirigieron a la casa de
Jairo, con Jesús apretujado en medio de la multitud. Fue en ese momento cuando
el relato bíblico cambia su enfoque hacia una mujer marginada que llevaba doce
años sufriendo una enfermedad que la había convertido en impura. Ni siquiera su
marido, sus hijos o sus padres podían tocarla. Sin embargo, ella sabía que un
simple toque de Jesús podría salvarla, así que decidió tocar el manto del
Maestro.
En medio del bullicio de la
multitud, se acercó lentamente hasta que, finalmente, tocó el borde del manto
de Jesús, que la curó milagrosamente. Sintiendo una mezcla de alegría y
vergüenza, la mujer decidió alejarse anónimamente, pero entonces oyó a Jesús
preguntar quién había tocado su manto. La pobre enferma temía ser reprendida y
causar revuelo y disgusto, pero Jesús la acogió y declaró que estaba curada y
merecía el afecto de todos. La resucitó socialmente y lo hizo con buena
disposición.
Los presentes aún sonreían
cuando un mensajero les informó de que la hija de Jairo había muerto. El padre
estaba postrado de dolor y Jesús le pidió que confiara en él. Los profesionales
de la muerte ya estaban presentes cuando Cristo llegó a la casa. Los dolientes
gemían, aumentando el dolor de la familia. Pero Jesús recordó a todos la
adolescente que la estaba dormida y dijo: “¡Niña, levántate!”. Se obró el
milagro y la niña volvió a la vida con un hambre inmensa, propia de personas
sanas. La devolvió a la vida biológicamente y lo hizo con buena disposición.
Jesús se enfrentó a la
adversidad con la certeza de una solución. Sabía que nada era imposible para él
y se permitió minimizar la enfermedad y la muerte. Para Cristo, estas cosas no
eran obstáculos, sino oportunidades para mostrar su afecto por los vivos que
mueren y por los muertos vivientes. Y lo más sorprendente fue que hizo todo
esto con gran disposición.
Al igual que nuestro Salvador,
deberíamos afrontar siempre los problemas de la vida con optimismo y una
actitud positiva. Al fin y al cabo, ¡tenemos a Jesús en nuestras vidas!
Dios les bendiga
abundantemente.
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