LECTURA
DIARIA:
Éxodo
capítulo 10
Dios dijo a
Moisés que estas experiencias milagrosas con Faraón debían ser transmitidas a
sus descendientes.
¡Qué
historias podía contar Moisés! Viviendo uno de los más grandes dramas de la
historia bíblica, Moisés era testigo de sucesos que muy poca gente podría ver. Moisés
anuncia a Faraón la plaga de langostas. Esta plaga debía ser mucho peor que
cualquiera de esa clase que se hubiera conocido.
Porque las
langostas devorarían el trigo que ya había germinado y brotado. Con el ganado
diezmado por la pestilencia y el granizo, y con el lino y la cebada destruidos
por el granizo, la destrucción de la cosecha del trigo causaría una gran
mortandad por el hambre en Egipto.
Por eso los
sirvientes de Faraón le persuadieron para que se pusiera de acuerdo con Moisés
para dejar ir a adorar al pueblo hebreo.
En ese momento Faraón quiere dejar que
vayan solo los varones, pretendiendo falsamente que esto era todo lo que ellos
deseaban. Con las mujeres y niños retenidos como rehenes, Faraón pensaba que los
israelitas ciertamente regresarían.
Como Faraón
no permitió que fueran, Dios le dijo a Moisés que extendiera su mano y la
langosta vino y se comió lo que quedó de las cosechas tras el paso de la
tormenta de granizo, poniendo en peligro la supervivencia de la gente.
Al ver el
desastre que produjo la plaga de langostas sobre toda la vegetación en Egipto,
Faraón pide a Moisés y Aarón que oren por él.
Este aparente
cambio de actitud contrasta con la arrogancia mostrada hasta ahora. El Faraón
parece dispuesto a ceder y hasta a reconocer su pecado; pero pronto se desdice
y pone condiciones inaceptables.
Faraón
regresó nuevamente a su resolución de no dejar ir al pueblo.
La plaga de
las tinieblas traída sobre Egipto fue una plaga espantosa. Era oscuridad que
podía palparse, tan espesa era la niebla, asombraba y aterraba.
El
oscurecimiento del sol tenía un doble efecto. Primero, así demostraba Dios su
poder sobre el sol, el más potente símbolo religioso de Egipto. Segundo, ello
constituía un ataque frontal contra el mismo Faraón, ya que a éste se le
consideraba la encarnación de Amón-Ra, el dios sol.
A medida que
cada plaga descendía en Egipto, el pueblo egipcio se daba cuenta de cuán
incapaces eran sus dioses para detenerlas. Apis, el "poderoso" dios
del río Nilo, no pudo evitar que las aguas se convirtieran en sangre.
Hator, la
diosa-vaca, se vio indefensa cuando el ganado egipcio murió en manadas.
Amón-Ra, el dios sol y jefe de los dioses egipcios, no pudo detener la
misteriosa oscuridad que cubrió la tierra durante tres días completos. Los
dioses egipcios eran imágenes impersonales como el sol y el río, numerosos, y adorados junto con muchos otros dioses. Al
contrario, el Dios de los hebreos era un Ser personal viviente, el único Dios
verdadero y el único Dios al que debían adorar. Dios les estaba probando, tanto
a los hebreos como a los egipcios, que El sólo era el Dios viviente y
todopoderoso.
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