UN MOMENTO CON DIOS
Una esperanza viva.
“pero los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas: correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán”. (Isaías 40. 31)
¿Dormimos bien esta noche?
¿Cómo nos sentimos? Tal vez no nos consigamos explicar exactamente el sueño, o
a comprender toda la importancia de la necesidad de dormir.
Se sabe, entretanto, que
después de cien o ciento veinte horas sin dormir, las personas quedarían como
alucinadas. Después de seis o siete días sin dormir, se sentirían como si
estuvieran enloquecidas.
Seguramente, la mayoría de
nosotros nunca tuvo esa experiencia, más si podemos entender lo que significa
estar tan cansado a punto de faltarnos las fuerzas y desmayar por las pruebas
que se nos presentan. Tal vez nosotros mismos, o alguien que conocemos,
esté experimentando eso ahora, y se le ha desvanecido toda esperanza.
Cuando Jesús estaba
preparándose para morir por nuestros pecados, ÉL estaba terriblemente agotado y
muy extenuado. Sobre ÉL estaban pesando mis pecados, los tuyos y los de toda la
humanidad. Sintió en un momento que no conseguiría seguir adelante en Su misión
con toda esa carga que llevaba; entonces dobló Sus rodillas en oración, esperó
y confió en Su Padre. Sus fuerzas fueron renovadas, y ÉL fue capacitado para
pasar por la crucifixión.
El Señor Jesús experimentó lo
que es sentirse sin coraje y sobrecargado; más ÉL venció a la muerte, resucitó
y prometió fortalecernos con SU poder.
Por Su sacrificio, los
creyentes hemos nacido a una esperanza viva, y por ello anclamos nuestra
esperanza en la sólida roca que es Jesucristo.
La esperanza es una actitud
saludable, pues esperar con ilusión lo bueno trae alivio a la mente y al
corazón. Por el contrario, encontrarse en un estado de desánimo es una
condición terrible. Es abrumador y deprimente pensar que lo que uno está
enfrentando no tiene solución. Para la persona que ha perdido toda esperanza,
la vida parece un largo y oscuro túnel que no lleva a ninguna parte.
Como creyentes, tenemos una
esperanza que es un ancla para nuestra alma. Nuestra relación con Jesucristo nos
acerca al trono celestial, donde podemos echar todas nuestras cargas ante un Dios
Todopoderoso. Además, podemos aferrarnos a ÉL en las pruebas que enfrentamos.
Por Su gran amor, el Señor nos
da fuerza a nuestro cuerpo cansado,
paz a nuestro espíritu
ansioso, y consuelo a nuestro corazón afligido.
Es decir, ilumina ese oscuro
túnel y nos guía tiernamente en medio de las situaciones difíciles.
Dios les bendiga abundantemente.
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